FOTO: PINTEREST |
Las expresiones
pueden sonar “a chino” cuando se está aprendiendo español. Yo cuando llegué a
España no entendía “ni papa” - y mira ahora qué bien. Una de las primeras que
aprendí fue postureo, que estaba en boca de todos debido a las redes sociales.
Pero aunque esta palabra haya sido acuñada hace apenas algunos años los que me
la enseñaron me aseguraron que “los fantasmas” han existido desde siempre.
¿Pero si ya existía
gente que hacía “el fantasma” porque surgió entonces el postureo? La respuesta
es simple: el mundo digital ha traído nuevas posibilidades, y con la necesidad
de nuevas denominaciones nacen también nuevas palabras.
Según la RAE,
postureo significa "actitud artificiosa e impostada que se adopta por
conveniencia o presunción". Fundéu lo define como "adopción de
ciertos hábitos, poses y actitudes más por apariencia que por convicción".
Mis amigos lo hacen de una manera mucho más sencilla: "Lo que hacemos para
que la gente vea lo guay que es nuestra vida cuando en realidad no lo es".
Todas estas definiciones tienen algo en común, y es que el postureo se basa en
las apariencias.
Este neologismo ha
surgido en el contexto de las redes sociales, y es donde tiene su uso más
extendido. Quizás uno de los requisitos para usar estas plataformas sea “posturear”,
ya que casi todo el mundo juega a eso: suben fotos y vídeos en restaurantes,
conciertos o fiestas; enseñan las cosas nuevas que se han comprado o presumen
de viajes. Confiésalo, tú también lo haces o ya
lo has hecho alguna vez.
La gente parece
tener una necesidad imperiosa de dejar constancia de todo lo que hace. Pero ojo,
no todo. La mayoría solo exhibe el lado bueno, pues al fin y al cabo en eso
consiste “posturear”. El pilar de este fenómeno es el afán por causar buena impresión; en materia de postureo la imagen lo es
todo. Sin embargo, somos seres humanos con altibajos y nadie es feliz
todo el tiempo. Pero con la epidemia del arte de aparentar se genera una
presión para que solo salga a la luz la parte buena. Lo que se pretende
conseguir con ello es la aprobación social; la popularidad; los seguidores; en
resumidas cuentas, ser “lo más”.
Este exhibicionismo
social llega a ser alarmante. Queda claro que la sociedad está sumida en el
narcisismo, preocupándose por sacar la mejor selfie más que por otra cosa.
Apuesto a que si la madrastra de Blancanieves viviera hoy en día estaría
repartiendo manzanas envenenadas a todos.
La extensión del
postureo propaga muchos valores superficiales. Otro inconveniente de este
fenómeno es que algunos no entienden que aquello que se enseña en las redes
sociales solo es un pequeño porcentaje de la vida de las personas, y que no
todo es color de rosas.
Estamos contemplando
un mito de la caverna moderno. La mayor parte de la sociedad está encarnando a
los prisioneros de la alegoría de Platón que creían que aquellas sombras que
veían reflejadas en la pared de la caverna eran la realidad. Actualmente, lo
que equivale a esas sombras es la gran parte del contenido de las plataformas
digitales como Instagram y Facebook.
Es imposible
concebir un mundo sin Internet. Dormimos con los móviles debajo de la almohada
y la primera luz que vemos al despertar ya no es la del día, sino la de la
pantalla de nuestros teléfonos. Pasamos el día conectados, e influencers,
bloggers y youtubers se convierten en nuestros dioses. Pero no
podemos ser prisioneros de las redes sociales, encadenados a las pantallas. Esa
realidad es ficticia, y la verdadera está ahí fuera, esperando simplemente a
que alcemos la vista.