Portada de El motel del voyeur de Gay Talese. VFS. |
Uno
de los pioneros del llamado “Nuevo Periodismo” peca como profesional en su obra
El motel del voyeur. Gay Talese (1932), reportero estadounidense, es
maestro de las novelas de no ficción, pero este libro, publicado en 2016, generó
una polémica que hizo peligrar su carrera. La historia de un hostelero que
espiaba a sus huéspedes no le cayó del cielo, más bien le llegó por correo
exprés en su casa de Nueva York.
El
motel del voyeur se aleja de la no ficción y demuestra ser,
en gran parte, producto de la imaginación de Gerald Foos, la fuente principal
del relato. Es indiscutible que el libro tiene rasgos del “Nuevo Periodismo”, como
se puede observar en el despliegue de todos los detalles que convierte la
historia en una narración, pero hay que poner en tela de juicio el ejercicio
periodístico llevado a cabo por parte del autor.
La
obra trata sobre Gerald Foos, propietario del motel Manor House, ubicado en las
afueras de Denver (Colorado), que contactó con Gay Talese para contarle que
desde lo que llamaba su “plataforma de observación”, construida por él encima
de muchas de las habitaciones, podía mirar sin que nadie se diese cuenta.
En
el relato, el periodista cuenta todo lo ocurrido desde que Gerald Foos le envió
la carta, revelándole su secreto, hasta su última visita antes de la
publicación del libro. Lo hace intercalando sus propios comentarios; fragmentos
del Diario de un voyeur, donde el propietario del motel apuntaba todos
los comportamientos que observaba, especialmente sexuales; diálogos y fotos.
La
manera en la que está estructurado el libro hace que sea fácil de leer. En los
primeros capítulos, predomina la voz del autor, que narra los acontecimientos
de forma detallada, y el registro de los diálogos entre Talese y Foos. A medida
que avanza, el periodista va introduciendo partes extraídas del diario del
hostelero, dejando que las páginas escritas por Gerald Foos hablen por sí
mismas. Ya en el trecho final, la narración por parte de Gay Talese vuelve a
adquirir peso, por lo que abundan las descripciones y los diálogos. Todo esto
hace que El motel del voyeur tenga ritmo y atrape.
Es
un libro ligero, pero que en algunos momentos te revuelve el estómago,
principalmente por lo explícitas que son las notas de Gerald describiendo las
conductas de sus clientes, y también las suyas. La mayoría narra encuentros
sexuales y situaciones cotidianas, pero, en algunas ocasiones, se citan casos
de incesto, suicidio e incluso un asesinato. Pone en juego los valores éticos y
morales, porque es una historia depravada y, a la vez, curiosa. El propio
Gay Talese cuestiona numerosas veces si se había convertido en cómplice de todo
aquello: “Sabía que lo que estaba haciendo ese hombre era completamente ilegal
(y también me preguntaba hasta qué punto había sido legal mi comportamiento al
hacer lo mismo bajo su techo)”.
Queda
claro que el autor escribe con maestría. Introduce diversas referencias
cinematográficas y literarias que hacen que la historia sea más interesante, como
las comparaciones con Mi vida secreta, una obra anónima de la época
victoriana que cuenta las relaciones y recuerdos voyeurísticos de un caballero
inglés. Talese no escribe el libro de forma completamente cronológica, sino que
va enlazando escenas, agrupando situaciones semejantes o construyendo contextos,
lo que ayuda a entenderlo todo con más facilidad.
En
El motel del voyeur, Gay Talese se luce como escritor, pero no como
periodista. Desde el principio, relata los sentimientos encontrados que tiene
constantemente. “Me inquietaba profundamente que ese hombre hubiera violado la
confianza de sus clientes e invadido su intimidad”, expresa el autor su
preocupación respecto a Foos y su historia, pero a continuación añade: “Sin
embargo, mientras releía algunas de sus frases escritas a mano (…) tuve que
admitir que sus métodos de investigación y sus motivaciones se asemejaban a los
míos en La mujer de tu prójimo”.
El
padre del llamado “Nuevo Periodismo” afirmaba que no sacaría la historia a la
luz debido a que no podía cumplir la condición de anonimato que requería su
fuente: “(…) insistí en que no escribiría sobre él sin utilizar su nombre”.
Pese a ello, decidió aceptar la invitación de Gerald Foos de pasar tres días en
el motel para averiguar la autenticidad de la historia, y a partir de entonces siguió
en contacto con él. 36 años después, cuando los posibles delitos cometidos ya
habían prescrito, Foos le dio permiso al periodista para usar su nombre.
Talese
basa su libro especialmente en los manuscritos del propietario del motel. Bucea
en la vida de Gerald Foos y de algunas personas que le rodean, pero no lo
suficiente. Indaga sobre el asesinato que describe Foos en su diario, y no
consigue confirmarlo. Por todo ello, carece de diligencia a la hora de
comprobar la veracidad de la historia.
El
principal error de Gay Talese fue no contrastar lo suficiente, pues el Washington
Post descubrió que Foos no fue propietario del hotel desde 1980 hasta 1988,
lo que tiró por tierra la credibilidad del relato. El propio autor deja claro,
en diversas ocasiones, que Foos es “un narrador inexacto y poco fiable”, y
afirma que detectó varias incoherencias, sobre todo en cuestiones de fecha, que
le llevaron a poner en entredicho su fiabilidad. Aun así, siguió adelante.
Tampoco demoniza a Gerald Foos, sino que en la mayor parte del libro intenta
entenderlo, y a veces da la sensación de que lo está justificando. Solo es
incisivo durante su entrevista cara a cara con Gerald, y como periodista
debería haber sido más persistente desde el principio y no solo al final.
El
motel del voyeur no es un buen ejemplo de rigor
periodístico, pero sí de estilo literario. No hay que sacrificar a su autor y a
toda su carrera por un fallo. Nadie está exento de errores. La clave está en
aprender de ellos.