Los primeros rayos de sol empezaban a despuntarse en el horizonte, y sus cuerpos se atraían de forma inconsciente para amanecer pegados. Él siempre era el primero en abrir los ojos, pero esperaba. Le encantaba verla dormir. Ella lo sabía y a veces tardaba aposta. La verdad es que los dos siempre hacían lo posible para quedarse un poco más en su burbuja. Era como despertar de un sueño y seguir soñando. Él la acariciaba, y ella por fin decidía espabilarse y darle un beso de buenos días. Se mezclaban entre las sábanas, y sus "te quiero" junto a sus risas eran la más bonita melodía. Tras jugar la suerte con piedra, papel o tijera, uno de los dos se levantaba a preparar el desayuno. Siempre tomaban lo mismo. A ella le gustaba el café, y a él el batido de vainilla. Luego, se metían en la ducha intentando alargar cada segundo de la mañana, pero el tic-tac del reloj no paraba. Salían corriendo del baño para ver quién se terminaba de arreglar primero. Apostaban un beso, así si uno perdía, igualmente ganaba. Se tiraban en el sofá el uno encima del otro, arrugándose la ropa recién planchada y ahí se quedaban, mirándose por algunos minutos que parecían eternos. La alarma sonaba: era hora de irse. "Hasta luego, mi amor", susurraban.
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