PLANTAR UN ÁRBOL Y TENER UN HIJO

10 de diciembre de 2020

                                                                                                           Julio de Manuel Écija con su libro Lienzos Literarios. VFS.

No quiso ir a ver las ruinas de Roma ni deleitarse en las playas de Punta Cana. El destino de su viaje de fin de curso fue el Universo de Letras. Julio de Manuel Écija tenía claro cuál sería su regalo al terminar la carrera: publicar un libro. Parece haberlo previsto con una bola de cristal, ya que la pandemia ha dejado a miles de alumnos sin ceremonia de graduación, excursión o fiesta. A él no le importaba nada de eso. Se libró de ponerse la beca de Periodismo de la Universidad de Málaga, “que es muy fea”, e invirtió sus ahorros en 200 copias de Lienzos Literarios, su primera publicación.

Hace seis meses que se ha graduado. Es diciembre y ya se respira la Navidad. Écija aparece de repente bajo las luces apagadas de la calle Larios. Puntual. Lleva puesto unos vaqueros azules y una chaqueta negra. Son las 10.00 horas de la mañana y las tiendas empiezan a despertarse. El cielo aún sin teñirse contrasta con la vida que emerge, tímida, por la arteria de Málaga.

En la Plaza del Carbón, más movimiento. Pasos apresurados se mezclan con otros somnolientos. Algunos van a trabajar. En cambio, Julio de Manuel está en busca de un buen desayuno. Se sienta en la terraza del Café Madrid. “A su servicio desde 1892”. Casi no queda hueco. Familias, parejas, personas mayores en solitario… Y una periodista con su amigo, que hoy se convierte en entrevistado. El camarero se acerca: “¿Qué os pongo?”.
–Yo un mitad doble y un pitufo mixto –, contesta Julio.

En Málaga hay al menos nueve formas de pedir café: solo, largo, semilargo, solo corto, mitad, entre corto, corto, sombra, nube. A veces es mejor tomarse un chocolate.

–Y tres churros, por favor.

Sobre la mesa, el libro de Écija. Está bocabajo. En la contracubierta se lee en Times New Roman: “Artesanos al servicio de un encargo divino, pintores inmortalizados gracias a la gloria de sus obras, contrabandistas de arte a la caza de su próxima presa a través de las estrellas…”. Una serie de relatos cortos que describen a los artistas a lo largo del tiempo.

–Yo soy muy friki de la historia del arte y de la ciencia ficción. Creo que en el libro queda claro.

La respuesta es sí. Desde pequeño le ha encantado explorar la antigüedad e imaginarse el futuro. Ahora ha logrado reunirlo todo en 135 páginas. Para él, escribir siempre ha sido una distracción, una forma de expresarse y mostrar su visión del mundo. Redactó su primer relato corto con 15 años y participaba en foros sobre videojuegos. “Hacía una especie de periodismo cuando no sabía ni que eso era periodismo”, cuenta entre mordiscos. Mira al infinito intentando retener un poco más ese recuerdo. 

Hay quien dice que la sociedad se divide en dos grupos: o eres de ciencias o eres de letras. Pero Julio de Manuel ha refutado ese argumento. Cursó el Bachillerato tecnológico y se decantó por estudiar Ingeniería Informática. Se le daba bien. Terminó el primer año con solo tres suspensas. Todo un logro para un estudiante de programación, algoritmos y análisis de circuitos. 

El caso es que echaba de menos el componente humano. Intentaba pensar en su vida dentro de unos años y no conseguía verse ocho horas delante de una pantalla. Cuando habla de ese momento, sus ojos no brillan. Suspira y niega con la cabeza. “Estaba desanimado con la carrera”. Nada más cumplir los 18 años se había apuntado como voluntario de Cruz Roja y se dio cuenta de qué era lo que le gustaba en realidad: “Estar con la gente y no con el ordenador”. El cielo parece empatizar con sus sentimientos. Empieza a chispear. Écija toma un sorbo de su café con leche, casi como si intentara calentar el alma. Se le revuelve algo dentro.

Su segundo año en Ingeniería Informática “fue catastrófico”. Comenzó a hacer campaña para las elecciones a decanato de la Universidad y no iba a clases. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba buscando excusas para no afrontar su carrera.

–Decidí dejar el curso y presenté los papeles de renuncia. A mi madre le dio un ataque de nervios. Sigo preguntándome cómo no me mató –, se ríe, pero reconoce lo difícil que fue tomar esta decisión.

Sus ojos miran a través de un prismático temporal y regresan cuatro años atrás. Recuerda que se planteó hacer un ciclo de Formación Profesional u otro grado universitario: Historia, Derecho o Periodismo. Se inclinó por el último. En la Facultad de Ciencias de la Comunicación todo el mundo le conoce. “Era el perroviejo de la Universidad”. Formaba parte del Consejo de Estudiantes y cada vez participaba más en el Departamento. Quería aportar su “granito de arena”. Al mismo tiempo, se apuntaba a concursos de relatos cortos como el de la revista Zenda y se dedicaba a sus aficiones. Una de ellas era escribir un libro.

El confinamiento potenció su creatividad. En mayo ya estaba contactando con la editorial de autopublicación Universo de Letras y en octubre sus historias se materializaron. Se le infla el pecho de orgullo. Su taza de café ya está vacía. Pero su cabeza rebosa de ideas.

Quiere terminar sus dos másteres (uno de Ciencias Políticas y Gestión Electoral de la Universidad Pablo Olavide y otro de Sociología Aplicada de la Universidad de Málaga). Ser periodista en Madrid. Algún día convertirse en corresponsal. Y seguir publicando libros. Su mantra es: “El arte no te da de comer, pero sí te da de merendar”. Lo repite varias veces, como si de una oración se tratase.

–Al menos has cumplido uno de tus sueños.

–Ya solo me queda plantar un árbol y tener un hijo –, bromea.
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