ESTADOS UNIDOS ENTRE CALADAS

10 de noviembre de 2020

Una neoyorquina muy malagueña comparte su historia y sus opiniones sobre las elecciones norteamericanas


                                                                                Sabrina Jane Nemec García. VFS.

Sabrina Jane Nemec García tiene un pasaporte azul y otro rojo. Nació entre rascacielos, mucho tráfico y un ruido constante. Nueva York fue su cuna durante un año y seis meses hasta que sus padres decidieron buscar otro hogar. “Nos fuimos por el atentado de las torres gemelas”, relata. El miedo se cuela en su mirada. En aquel entonces era muy pequeña para entenderlo, pero ahora sabe la suerte que su familia ha tenido. Su padre, Marcel Nemec, había estado dentro de uno de los edificios una hora antes de que se derrumbara. Ella no es religiosa, aunque un “gracias a dios no le pasó nada” se escapa por su boca.

El 11-S los ha traído al otro lado del océano, y Torremolinos es la ciudad que ha visto a Sabrina Jane crecer. Lleva 19 años en tierras andaluzas. Se nota en su acento. Aun así, a veces también pronuncia alguna palabra en inglés.

–Yo me considero española. De Estados Unidos tengo muy poca sangre por así decirlo. Mi abuelo paterno, que es estadounidense, se casó con mi abuela de República Checa. Mi padre nació allí, y mi madre aquí en España –, explica mientras traza con los dedos su árbol genealógico.

La multiculturalidad fluye por sus venas. Es ciudadana norteamericana y europea. Algo que se puede intuir por sus rasgos. Su pelo era rubio, pero hace dos años que luce una melena castaña, a veces rojiza por los reflejos. Sus ojos siguen indecisos entre el verde y el azul. Y su piel antoja el sol. En cambio, el frío empieza a acercarse. En la pequeña terraza de su casa adosada se siente el roce de la brisa, cada vez más gélida. Son las 18.53 horas y el cielo ya está de luto. El sol se ha despedido y la luna es el rostro de Nemec García. Una luz naranja lo ilumina, menguante. Y a menudo se mezcla con el parpadeo de la llama que brota de sus cerillas.
–Un amigo me dijo que era romántico encender el ‘piti’ así –, desvela mientras prende el cigarrillo posado entre sus labios.


Sabrina Jane da una calada de lo más honda. Aguanta el humo en los pulmones hasta que lo suelta y mira cómo se disipa. Su tranquilidad contrasta con la tensión palpable a un océano de distancia, donde Biden derrotó a Trump.

–De la política norteamericana sé lo básico, ya tengo suficiente con la española –, entorna los ojos y se ríe –Yo no he votado porque no quería apoyar a ninguno de los dos candidatos y, para ser sincera, estando aquí en España no me importa tanto la política de allí.

La joven se mece en la silla blanca, incómoda, al mismo tiempo, da otra calada al cigarrillo. Está inquieta. Sus pies marcan un compás frenético y las palabras se le acumulan en la garganta. “A mí lo que me parece muy fuerte es que Trump dijera que las elecciones estaban amañadas. Su era se ha acabado, pero es triste que se haya elegido al menos peor y no al mejor, porque no lo hay. Los dos candidatos eran dos señores ricos”, escupe junto con el humo.

Por su tono, Nemec está muy segura de lo que piensa. Desprende indignación. Para ella, la política es tóxica. Un elemento esencial para la vida que también puede acabar con ella. Peligrosa como la cerilla que tiene en manos. La enciende. Ya va por su segundo ‘piti’.

–Trump es un empresario que decidió meterse en la política por tocar los cojones. De Biden lo que pienso es que lo único bueno es la vicepresidenta. Además, él es viejito, así que…

Y ni siquiera es capaz de terminar la frase.

Saltan chispas. Literalmente. Sabrina Jane se sobresalta porque casi se quema. Aun así, raspa la cabeza de otro fósforo contra el polvo de vidrio de la caja amarilla. Sobre la mesa, un tarro trasparente es la sepultura de las varillas de madera cuyas vidas han llegado a su fin. A su lado, yace un paquete de tabaco de liar de la marca Flandria Virginia. Más barato que uno de cajetilla.

Nemec mueve la cerilla en zigzag hasta apagarla. Luego, la entierra en la tumba de cristal. Aspira el humo de su cigarrillo y lo retiene. Medita un momento antes de expulsarlo y hacer una confesión: “Sabes, a pesar de tener la nacionalidad estadounidense, a mí me daba miedo que llegara un momento que Trump dijera ‘la gente que no es cien por ciento de aquí ya no puede entrar’. Era algo que me atormentaba”.

Sus ojos lo corroboran. Aunque ella prefiere mantenerse al margen de la política sabe quién es y qué defiende Donald Trump. "Manipulador, xenófobo, racista, homófobo y machista" son algunas de las palabras que usa para describirlo. Sabrina Jane cree que eso dice mucho sobre el país que lo eligió. “Está lleno de Karens and Kevins”, entona en un inglés americano antes de soltar una carcajada. Pero no bromea. Usa el meme para referirse a mujeres y hombres que se creen superiores ya sea por su color de piel o por su clase económica. Pensarlo le produce rabia. Tanta que llega a aplastar una colilla.

Entonces, su mirada se pierde mientras recuerda a su amigo que vive en Washington. Se llama Lucas, es negro y adoptado. “Él se quiere venir a España, porque siente que Estados Unidos no es su lugar. Si la gente que vive allí quiere irse, imagínate…”, cuenta. Bajo su ancha sudadera azul, se estremece.

Le cuesta entender cómo un presidente puede fomentar un nacionalismo tan hostil hasta el punto de dañar a alguien que creció en ese país. La política le desilusiona. Prefiere fumarse otro ‘piti’ y distraerse. Lo lía con cuidado como si de un tesoro se tratase. Sus manos son ágiles por lo que en menos de 60 segundos el cigarrillo ya pende de sus labios.

Esta vez la calada es más honda.

“Los estadounidenses piensan que todo gira en torno a ellos. A pesar de eso, me gustaría en un futuro poder vivir allí y conocer mis raíces. Tengo Estados Unidos en la sangre, aunque sea poco”, sueña en voz alta, deseando volver a usar su pasaporte azul. Mientras tanto, su cigarrillo se consume y el humo flota en el aire hasta desaparecer.
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