REALIDAD DISTÓPICA

Ahora todos nos hemos transformado en personajes de una esperpéntica historia, que parece salida de la mente del mismísimo Valle-Inclán

Imagen de cómo se ve el mundo desde el balcón. GABRIELA ROCHA.

Todo puede cambiar a la misma velocidad en la que se mueven las agujas del reloj. Incluso más rápido. Un día deseas que esas agujas se detengan, y al otro te desquicia que el tiempo no vuele como un pájaro. Más bien como un halcón peregrino, que supera los 300 kilómetros por hora. Deprisa. Sin dejar rastro.

Yo, amante de las películas de ciencia ficción, nunca había imaginado que el mundo se convertiría en escenario de una. Confieso que me encanta ver lo valientes que son los protagonistas y cómo consiguen superar todos los contratiempos -por no decir desgracias- que les ocurren. A ellos y al planeta. Ya que a un buen filme de ciencia ficción no le puede faltar un mundo a punto de irse a pique.

A muchos nos gusta imaginar un futuro catastrófico, sentirnos por un momento en la piel de Katniss Everdeen o sumergirnos en un capítulo de Black Mirror. Las distopías quedan bien sobre papel y en pantalla, pero dejan de ser entretenidas cuando se convierten en realidad. Ya lo estamos comprobando.

Ahora todos nos hemos transformado en personajes de una esperpéntica historia, que parece salida de la mente del mismísimo Valle-Inclán. O quizá sea dios un guionista que quiere dar un giro a la trama. Si es así, que baje y vea la que está liando.

Los días se están haciendo eternos. El modo lento está activado. Lo único que aporta ritmo es el ruido estrepitoso, pero agradable, de los aplausos que irrumpe cada día a las 20.00 horas para homenajear a aquellos que están ahí fuera luchando por salvarnos. Es una simple manera de insuflar ánimo y demostrar que seguimos aquí, aunque las calles estén vacías, como deben estar. Solo así superaremos esta, espero que breve, desdicha para la que no estábamos preparados.