NI TRAJES NI CHÓFERES

28 de octubre de 2020

Amparo de la Gama y David Jiménez este miércoles en San Pedro Alcántara. VFS.

–Me dolía un poco el trasero de la patada que me dieron –confiesa entre risas el director de El Mundo que menos ha durado.

Resuenan palabras agridulces en Trapiche de Guadaiza. Un eterno reportero pronuncia verdades. Unas punzantes, otras edulcoradas. Entre cuatro paredes con historia cuenta la suya. Airea sus propias miserias antes de mirar hacia fuera. Rodeado por cortinas color carbón, taconea sobre las tablas del periodismo. “Hoy en día está más corrompido que la política”, suspira.

Cuando se fue a Asia el poder temía a la prensa, y cuando volvió a España era la prensa la que temía al poder. David Jiménez dejó los frentes para ponerse al frente de un gran diario. Recién salido del barro para ocupar un despacho. El Despacho. Pero el portero ni siquiera quería dejarle entrar, aunque sí le dejó salir. Se enorgullece: “Echan a los que resisten”.

El antiguo almacén vibra al sonido de sus palabras. Almas jóvenes y no tan jóvenes están atentas, expectantes y ‘enmascarilladas’. Una buena cosecha para un miércoles ya devorado por la oscuridad. Desde hace dos días anochece temprano, pero aquí nadie parece temer a las sombras. Hay gente de todas partes: Málaga, Marbella, Estepona…

–¿Cómo has venido? –pregunta una chica a otra en las filas de atrás.

–En furgoneta –responde.

El Fiat Dobló blanco del padre de Alba Tenza no sobrepasa los 90 kilómetros por hora. Aun así, ha logrado llegar. Junto a ella, otros tres periodistas en ciernes. Una nueva generación que no empuña libretas y bolígrafos, sino portátiles. Sus dedos son como plomo sobre las teclas. Suenan a disparos.

¡Bang, bang!

Jiménez no se asusta. Sabe afrontar el peligro. Cuando aún estaba en la flor de la edad, se lanzó al Extremo Oriente. Su piel está curtida. Aunque en este momento solo luce sus manos y medio rostro al descubierto. Unos dedos que han escrito más de 4.000 artículos se aferran al micrófono como si este se fuera a escapar. Mira con agudeza a través de sus gafas de montura cuadrada. “Estaba más a gusto en Afganistán que en el despacho del director”, revela. Cada palabra es una metralla.

“No quiero trabajar para ningún medio que limite mi libertad de expresión”. Explota otra granada. Los aspirantes a periodistas dispersos entre el público lo comparten. Twitter echa humo. Arde. La sala también se está empezando a quemar. Sobre una mesa en la esquina derecha hay chispas: un puñado de libros con tapa blanda y amarilla. El Director, escrito “para los futuros periodistas”.

–Existen 50 páginas que no se han publicado. ¿Qué había en ellas? –indaga Amparo de la Gama, inmersa en curiosidad.

–Quieres saber mucho, ¿no? –contesta David Jiménez con un tono pícaro.

–Por algo soy periodista –la entrevistadora se gira hacia el público –Así tenéis que responder.

Algunas cabezas asienten. Están aprendiendo a ir en busca de la verdad. Aunque implique renunciarlo todo, dejar el despacho y retornar al barro. “Defender tu integridad también puede tener premio”, asegura el exdirector que no se ha dejado callar.

La valentía se infiltra en el aire. Se mueve por cada perímetro de la sala. Cala en los oyentes. David Jiménez aviva el apetito por la veracidad. No quiere trajes, no quiere chóferes, no quiere ir al palco con las élites. Solo aspira a la verdad. A pie de calle, sobre el terreno, como un simple reportero.

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