Amparo de la Gama y David Jiménez este miércoles en San Pedro Alcántara. VFS. |
–Me
dolía un poco el trasero de la patada que me dieron –confiesa entre risas el
director de El Mundo que menos ha durado.
Resuenan
palabras agridulces en Trapiche de Guadaiza. Un eterno reportero pronuncia
verdades. Unas punzantes, otras edulcoradas. Entre cuatro paredes con historia
cuenta la suya. Airea sus propias miserias antes de mirar hacia fuera. Rodeado por
cortinas color carbón, taconea sobre las tablas del periodismo. “Hoy en día
está más corrompido que la política”, suspira.
Cuando se fue a Asia el poder temía a la prensa, y cuando volvió a España era la prensa la que temía al poder. David Jiménez dejó los frentes para ponerse al frente de un gran diario. Recién salido del barro para ocupar un despacho. El Despacho. Pero el portero ni siquiera quería dejarle entrar, aunque sí le dejó salir. Se enorgullece: “Echan a los que resisten”.
El
antiguo almacén vibra al sonido de sus palabras. Almas jóvenes y no tan jóvenes
están atentas, expectantes y ‘enmascarilladas’. Una buena cosecha para un
miércoles ya devorado por la oscuridad. Desde hace dos días anochece temprano,
pero aquí nadie parece temer a las sombras. Hay gente de todas partes: Málaga,
Marbella, Estepona…
–¿Cómo
has venido? –pregunta una chica a otra en las filas de atrás.
–En
furgoneta –responde.
El
Fiat Dobló blanco del padre de Alba Tenza no sobrepasa los 90 kilómetros por
hora. Aun así, ha logrado llegar. Junto a ella, otros tres periodistas en
ciernes. Una nueva generación que no empuña libretas y bolígrafos, sino
portátiles. Sus dedos son como plomo sobre las teclas. Suenan a disparos.
¡Bang,
bang!
Jiménez
no se asusta. Sabe afrontar el peligro. Cuando aún estaba en la flor de la
edad, se lanzó al Extremo Oriente. Su piel está curtida. Aunque en este momento
solo luce sus manos y medio rostro al descubierto. Unos dedos que han escrito
más de 4.000 artículos se aferran al micrófono como si este se fuera a escapar.
Mira con agudeza a través de sus gafas de montura cuadrada. “Estaba más a gusto
en Afganistán que en el despacho del director”, revela. Cada palabra es una
metralla.
“No
quiero trabajar para ningún medio que limite mi libertad de expresión”. Explota
otra granada. Los aspirantes a periodistas dispersos entre el público lo
comparten. Twitter echa humo. Arde. La sala también se está empezando a quemar.
Sobre una mesa en la esquina derecha hay chispas: un puñado de libros con tapa
blanda y amarilla. El Director, escrito “para los futuros periodistas”.
–Existen
50 páginas que no se han publicado. ¿Qué había en ellas? –indaga Amparo de la
Gama, inmersa en curiosidad.
–Quieres
saber mucho, ¿no? –contesta David Jiménez con un tono pícaro.
–Por
algo soy periodista –la entrevistadora se gira hacia el público –Así tenéis que
responder.
Algunas
cabezas asienten. Están aprendiendo a ir en busca de la verdad. Aunque implique
renunciarlo todo, dejar el despacho y retornar al barro. “Defender tu
integridad también puede tener premio”, asegura el exdirector que no se ha
dejado callar.
La valentía se infiltra en el aire. Se mueve por cada perímetro de la sala. Cala en los oyentes. David Jiménez aviva el apetito por la veracidad. No quiere trajes, no quiere chóferes, no quiere ir al palco con las élites. Solo aspira a la verdad. A pie de calle, sobre el terreno, como un simple reportero.